domingo, 18 de noviembre de 2007

Incesto


Desde el cielo se pueden ver las montañas,
bajo suaves nubes que ocultan sus encantos.
Fijo mi esperanza en el ocaso y la mirada en la tierra,
en ríos púrpuras apenas iluminados por el sol.
Sus aguas han corrido por tiempo suficiente,
llenando la tierra de vida y muerte,
haciendo del ocaso el anuncio del fin de los cielos.

Ahí está la bella tierra,
llena de vida
y con la mirada cansada.
Perdiendo rápidamente la conciencia.

En este sueño debo ser yo la luna,
aquella luna que espera a que el sol muera para llenar de sombras el mundo.
Para hacer suya a la tierra que descansa
sin enterarse de que la luz lunar se ha filtrado entre las nubes
y ahora se posa suavemente en las montañas,
y a ratos en los valles.

Roza a la tierra la luna con sus rayos temiendo el regreso del sol,
temiendo el castigo que se le impondrá por acercarse a su hermana.
Pero no sólo teme la luna,
también goza al sentir con sus rayos de luz un cuerpo desnudo.
Un cuerpo prohibido para ella.

La tierra nunca descansa,
sólo cuando durante el día las aguas de sus ríos se tornan púrpuras
puede la luna acercarse a ella.
Recorrer su superficie sin ser notada,
revolcarse en el pecado placentero,
en aquella afrenta al sol y a la tierra misma.



-Foto de J.M.Bonilla-