martes, 13 de marzo de 2007

El telescopio.


Si ésta escena se nos fuera apareciendo lentamente, y lo primero que viéramos fuera la mitad izquierda de ella, veríamos una ventana común y corriente. Si acaso, una ventana que nos muestra a través del cristal un cielo bastante simple, un cielo limpio, si bien con algunas nubes. Nada extraordinario, inclusive podríamos decir que es una pintura que por su sencillez no sería digna de ser considerada arte, ya que no puede llegar a conmovernos en lo más mínimo. Pero si seguimos corriendo, con la mano, el cuadro hacia nuestra izquierda veremos que no es el cielo azul lo que se nos muestra al otro lado del cristal. Se nos aparece un vacío. Un espacio completamente iniluminado. Una ausencia total de luz que puede despertar un poco de desesperación en nosotros. Eso que creíamos tan familiar, se nos presenta como aquello de lo que no tenemos conocimiento alguno. Ahora tenemos la totalidad de la pintura frente a nosotros. Podemos ver que la ventana se abre para mostrarnos un vacío en donde creíamos estaría una de las cosas que nos es más familiar, el cielo, las nubes. Por un momento podemos sentir que el piso se mueve bajo nosotros, el pasado ha dejado de ser en su totalidad y ha abierto un camino para el caos representado por lo inexplorado, por aquel espacio que no puede ser tocado por la luz. El contraste es demasiado violento, en un primer momento tenemos algo familiar, algo iluminado, algo que nos es propio, algo que no asombraría a nadie. Y un instante posterior, tenemos el caos y la ignorancia total. Aquello que alguna vez creímos nos muestra un rostro nuevo que nos hace desconocernos a nosotros mismos.

Pero eso no es todo. Podríamos preguntarnos lo que sería más sensato preguntarse en tal situación ¿Dónde ha quedado el mundo que conozco? ¿Dónde ha quedado el cielo?
Si miramos el trayecto trazado por la ventana al abrirse, veremos que el cielo no se encuentra sobre el cristal. Podemos ver la esquina superior del marco de la ventana que se ha abierto y mirar con asombro que no podemos precisar el lugar sobre el cual el cielo yace. Ni siguiera podríamos distinguir un cristal cubierto por el marco de la ventana. La ventana se abre descubriendo las sombras y dejando atrás el cielo. Siendo claros, el cielo y el vacío quedan en un mismo plano y no podemos imaginar cómo pueden convivir en él. Esperamos impacientes a que la ventana termine de abrirse por completo para que ponga ante nuestros ojos aquel punto de unión en el que lo familiar embona con lo desconocido, las sobras se entretejen con la luz, en donde el cielo convive con las sombras. Podemos querer ver en este punto el origen del caos. Podemos incluso esperar que la nada se nos revele como algo más que negación. Pero esta ventana no avanza.

Pareciera ser que el artista se burla de nosotros al mostrarnos una escena que ocurre un segundo anterior al develamiento de la verdad. Eso que podría darnos todas las respuestas, todos los consuelos o desencantos, es algo que el artista ha presenciado, pero que al mismo tiempo ha guardado para sí mismo; y nos regala un vistazo de aquello que nunca obtendremos, aquello que se cierra para nosotros. Inclusive al esperar un buen rato a que la ventan termine de abrirse por completo, surge en nosotros la sensación de que en lugar de abrirse la ventana se detiene y comienza a cerrarse. La esperanza se pierde al ver que el ser se nos oculta tras un marco completamente traslucido. Un marco sin cristal, sin algo que impida a nuestra vista ir más allá de él, es suficiente para hacernos perder la contemplación del ser, de la esencia, de la nada (tal vez algún día aclare lo que me lleva a identificar al ser con la nada.. pero en este momento no puedo.)

He decidido hacer el recorrido, de lo que se nos presenta en la imagen, por partes, ya que, si bien todo lo que he dicho se nos presenta a un mismo tiempo al contemplar el cuadro, la forma en que vamos organizando nuestras percepciones es parecida al orden en que propuse que se nos descubriera el cuadro.

Y aunque nos dé la impresión de que el artista nos está ocultando lo que él ya ha conocido, no es así. Como toda obra de arte, ésta nos invita a descubrir aquello hacia donde ella apunta. Nos muestra el camino por el que hay que llegar al ser, y muchas veces podemos llegar a contemplarlo como en un espejo pintado por Velásquez (véanse Las Meninas y para una mejor ilustración La Venus del Espejo). Podemos ver que el dedo del arte apunta al ser, y podemos ver al ser bañado por luz solar de atardecer, tanta luz que llega a borrar las siluetas y a dejarnos una imagen mate sin contornos definidos.

Por eso decía en un post anterior que puedo pasar horas viendo este cuadro, aunque creo que puedo arrepentirme de algo que dije ahí mismo: Si cierro los ojos, el cuadro puede llegar a ser menos confuso de lo que es ante nuestros ojos.. jeje… y así como el arte es el camino más directo hacia la verdad, los sueños juegan el mismo papel. Y si no me equivoco (tengo la fuerte sensación de que puedo equivocarme porque en este momento se me presenta esta idea, no he tenido tiempo de pensarla), así como el arte nos abre el camino hacia verdad sobre el mundo, los sueños nos abren el camino hacia la verdad sobre nosotros mismos.

5 comentarios:

Lidia dijo...

hay algo en el último párrafo, en fin.
Yo tengo la sensación de que la ventana se cierra, no que se abra. Tengo la sensación de que no llegué a tiempo por lo que no pude ver más de esa nada...
Abrazos

jf.yedraAaviña dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
jf.yedraAaviña dijo...

Es lo malo del arte,,, siempre nos va a mostrar la verdad,, pero depende demasiado de nuestra disposición (de nuestro ánimo) el que veamos una u otra parte de la verdad...

Igualmente,, muchos abrazos!!

rc dijo...

opino lo mismo sobre los sueños. creo que tambien Freud.

saludos

jf.yedraAaviña dijo...

Don Beto: ese Freud qué va a saber... jaja

igualmente.. saludos...