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Me encuentro con la idea de que el alma es espacio. Tan simple como eso. Espacio que por el momento ocupan nuestros cuerpos.
Invadir un cuerpo es invadir el alma.
Fumar es por ahora la forma más torpe de llenar ese espacio que por momentos se siente tan vacío.
Beber es por ahora la forma más torpe de sentir que el espacio propio se diluye con el resto del mundo.
¿Qué más sino espacio?
Si me pongo a pensar en el alma, desecho rápidamente la idea de que es sólo espacio. Si me pongo a sentir lo que es mi propia alma no quiero sentirla más que como espacio.
Torpeza mental, debilidad sentimental. Muchas pueden ser las causas que me llevan a esta idea tan simplona.
Ya había dicho antes que al resbalar mientras corría bajo la lluvia, las precipitadas gotas respetaron mi silueta.
Tal vez mi alma se cansó de mi.
Tal vez yo me cansé de ella.
O tal vez nada pasó.
¿Qué fue ese resbalar sino una imagen que escurrió por mis brazos hasta tocar el papel?
¿Vino de mi alma? No. Sólo pasó por ella al igual que todo lo que soy.
Todo escurre en el espacio que ahora llamo ‘alma’. No somos nuestra alma, no somos nuestro cuerpo, nuestra mente o pensamientos. Somos ese constante escurrir. No lo que escurre, no el espacio en el que todo escurre. Tan sólo el escurrir.
¡Qué mejor cosa para que escurra en nuestra alma que otra alma!