domingo, 7 de octubre de 2007

Pensar la muerte (y ¡Aves pensantes!)

Advertencia: El siguiente texto está sumamente mal redactado. No fue concebido para compartirse, ¿entonces? Pues me pareció interesante y ya…

¿Pensar la muerte?
¿Qué podemos hacer sino contemplarnos vivos frente a un cuerpo carente de vida?
En fin, ¿Para qué pensar la muerte? ¿qué es lo que nos atrae en ella?
La vida es lo que nos llama a pensar la muerte. La pregunta misma por la esencia del hombre nos lleva a pensar la muerte. La muerte es el horizonte del mundo que conocemos. No podemos pensar en nuestra propia muerte, ya que si lo hacemos estaremos tomando el lugar de una conciencia, de un sujeto que no puede sino estar vivo. Pareciera ser que no hay solución ante la pregunta por nuestra propia muerte, pero existe una alternativa un tanto oscura.
Ya Schopenhauer afirmaba que con la muerte del cuerpo, la conciencia no podía mantenerse. Pero él mismo reconocía otra faceta del sujeto, el sujeto volente. Es claro que, a simple vista, no tenemos muchas esperanzas de encontrar al sujeto que trasciende a la muerte en el sujeto volente, ya que del cuerpo se nos dice que es la objetivación de la voluntad, sin él, la voluntad se termina y por lo tanto el sujeto en todas sus formas. Entonces, ¿para qué traer a cuento al sujeto volente? Simplemente porque en él se encuentra presente una negación que nos puede echar luz sobre lo que nos interesa, la muerte.

En este punto me aparto de las ideas schopenhauerianas y me concentro en una reflexión un tanto más libre y carente de fundamentos firmes que surge de una lectura rápida y descuidada de algunos filósofos.

Repasemos rápidamente el problema que aquí me interesa. Al preguntarnos por la esencia del hombre, queremos encontrar algo que nos hable exactamente de lo que nos hace diferentes a cualquier otra cosa en el mundo. Puede considerarse un poco soberbio a quien emprenda una búsqueda de este tipo, pero esto no impide que la búsqueda nos lleve a vislumbrar algunas verdades. En todo caso podría enfrascarnos en problemas generados por el presupuesto de que el hombre es un ser único. Pero esto sólo podrá ser visto a la luz de la breve investigación que se supone, aquí, ya ha empezado.
En fin, esa característica distintiva del hombre se ha querido explicar a través de la religión, esto es, como un lazo que nos une con la divinidad, sea cual sea el nombre o nombres que le queramos poner.
Otra forma de responder a la pregunta por la esencia, se encuentra sumamente apegada a ésta última visión: el alma inmortal de los hombres nos separa de las bestias y demás objetos del mundo. Pero ¿a dónde nos llevan estas visiones acerca del hombre? Es claro que la revelación no puede ser sustentada como un punto de partida firme que valga igualmente para cualquier persona. Pareciera ser que una explicación de este tipo es más bien un ocultamiento del problema, un llevarlo a las sombras para que no sean visibles los errores de la explicación religiosa que se ofrece.

En todo caso nos lleva a enfrentarnos con el problema de la inmortalidad del alma, y éste nos lleva a la pregunta por la muerte. Lo que hemos hecho al hacer a un lado el problema de Dios y de la inmortalidad del alma, no ha sido sacar a la luz el problema por la esencia del hombre, sino simplemente dejarlo como se presenta naturalmente, puede ser que su estado natural sean las sombras o la luz, pero esto aun no los sabemos. Qué sea el hombre más allá de la muerte es la pregunta que hacemos. Si nos vemos llevados a las antiguas respuestas (Dios, inmortalidad del alma), será un resultado que sólo podrá juzgar quien siga paso a paso ésta búsqueda.

La pregunta por la muerte, a la luz de lo que hemos dicho sobre el pensamiento de Schopenhauer, se transforma en la pregunta por el sujeto y sus facultades o facetas. ¿Hay alguna faceta del sujeto que pueda trascender la muerte? Y si la hay, habrá que dar las razones. Aquí es donde encontramos la negación interna del sujeto. En Schopenhauer encontramos un sujeto al estilo budista. Nos propone la supresión del yo, es decir la supresión del deseo, ¿acaso del sujeto volente? Esto es algo que ya se verá más adelante. En todo caso, lo que se suprime es el deseo. Suprimiéndolo a éste, el dolor en el mundo cesará. El sujeto se niega a sí mismo como voluntad, se niega a sí mismo el conocimiento de la cosa en sí. Parece que acabo de introducir algo que no he explicado, pero todo aquel que haya leído al buen Schopenhauer sabrá de lo que estoy hablando. Aun así, es necesario para nuestra búsqueda el hablar un poco más de aquella cosa en sí.

Kant nos presenta la cosa en sí como algo incognoscible, pero aún él parece darle un tratamiento a la cosa en sí como entes en sí. Pareciera ser que hay un correlato para cada objeto fenoménico en el mundo nouménico. Pero como Kant considera, no podemos acceder a ese mundo de la cosa en sí, y hace a un lado el problema dejándonos con una vaga idea de cómo podemos imaginar a la cosa en sí y cuál es su relación con el mundo fenoménico. Esta relación fue criticada por Schopenhauer. Éste último nos decía que el principio de causalidad se había trasladado erróneamente al ámbito de la cosa en sí, y se les quería ver, a los entes en sí, como causas de los entes fenoménicos. Ahora bien, para Schopenhauer, la cosa en sí es la voluntad, y como tal, puede ser abordada sólo a través de sujeto volente. Las vías de éste sujeto para llegar a dicha cosa en sí son, el ascetismo y la experiencia estética.
Pero antes de llegar a Schopenhauer hay que pasar por el “oscuro” Hegel. Para Hegel, la cosa en sí se encontraba presente en el Absoluto. Una unión difícil de explicar y de entender, pero el hacerlo no es algo que nos interese aquí. Simplemente tenemos que la cosa en sí es vista de manera unitaria. Ya no tenemos a los entes en sí detrás del velo de Maya, tenemos una sola cosa en sí, el Absoluto. ¿Cómo es que esto lo ha dejado pasar Schopenhauer? Claramente por su aversión al pensamiento hegeliano. Pero es importante que se acepte que la cosa en sí no puede ser vista a la manera kantiana. Explico mis razones rápidamente.

Las categorías de espacio, tiempo y causalidad no son aplicables en el ámbito de la cosa en sí. De esto no le cabe la menor duda a Schopenhauer, y a Kant tampoco, aunque en menor medida. Si lo que nos permite diferenciar a los objetos en el mundo, es decir a los objetos fenoménicos, son dichas categorías, entonces no podremos hablar de multiplicidad en el mundo de la cosa en sí, tendremos que conformarnos con hablar de ‘La’ cosa en sí. Aunque Wittgenstein nos diga que de eso es mejor callar. ¿por qué no se puede hablar de La cosa en sí? Aquí volvemos a Schopenhauer, aunque en cierta medida también llegamos a Wittgenstein.
En el mundo ontológico hay distintas clases de objetos (ontológicos, je) y a cada clase corresponde una facultad del sujeto:
1) Objetos fenoménicos – Entendimiento (Verstand)
2) Conceptos – Razón (Vernunft)
3) Objetos de la intuición pura (a-priori) – ¿entendimiento puro?
4) Cosa en sí (Wille) – Sujeto volente

Si bien el término alemán que refiere a la cosa en sí es Ding an sich, en el contexto del pensamiento schopenhaueriano, éste se transforma en el de Wille, Voluntad.

Ya se irá viendo en qué sentido decía que nos aproximamos a Wittgenstein. Éstos tipos de objetos conforman la sustancia del mundo, y el cambio sólo lo percibimos a través del principio de razón suficiente, con la causalidad en el ámbito fenoménico. De la causalidad nos dice Schopenhauer que no puede ser una relación entre objetos, sino que siempre son situaciones o estados los que se rigen bajo dicho principio. Esto es claramente cercano, si no es que idéntico, a las primeras afirmaciones del Tractatus Logico-philosophicus: el mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas, los objetos conforman la sustancia del mundo, etc. En fin, dejando éste paréntesis de lado, ¿por qué no podemos hablar de la cosa en sí?

Para hablar de Wille debemos emplear un lenguaje y la facultad del sujeto que se encarga de esto, es la Vernunft. ¿Cómo hacer para que las representaciones de representaciones, que son los conceptos, nos lleven, ya no del campo fenoménico, sino del campo de Wille hacia el lenguaje? Ante esta pregunta Kant ya había esbozado una respuesta: los conceptos sin intuiciones son vacíos. ¿con qué intuición llenar ese vacío que se presenta en el concepto Wille? La intuición intelectual que propone Hegel para el caso de su Absoluto no parece llegar a satisfacer a Schopenhauer. Pero como ya veíamos, el sujeto volente tenía dos caminos: ascetismo y experiencia estética. Aunque ahora veo que no ha quedado claro hacia dónde llevan esos caminos y por qué es importante hablar de ellos para entender la muerte.
Los caminos nos llevan a la supresión del yo volitivo, la supresión del deseo. Y esto sólo lo busca el hombre para suprimir el dolor que sería el sentimiento más arraigado en la naturaleza humana. La pregunta que salta a la vista es: al negarnos a nosotros mismos como voluntades, ¿no nos estamos negando la posibilidad de acceder al Wille? Aquella intuición con la que deberíamos llenar el vacío del concepto Wille, se nos dice, debe ser suprimida. Y al suprimirla ¿qué nos queda? ¿un concepto vacío? Aquí viene un primer resultado de esta búsqueda. Lo que queda ante la negación del deseo, ante la supresión del yo volente, es el ‘yo ante el Wille’. Esto es así, ya que al suprimir la particularidad de la intuición volitiva, lo que se logra es una intuición general que compagina perfectamente con la forma del Wille. Esta “Contemplación” que es el ‘yo ante el Wille’ es el conocimiento de la cosa en sí y de la verdad más allá del mundo fenoménico.

El velo de Maya no cubre el mundo, cubre al sujeto y es parte de él. La supresión del deseo es un romper el velo y acceder al mundo sin él. ¿Cómo lo rompemos? Ya se ha dicho: ascetismo y experiencia estética. Si tuviera que decidirme por alguna de las dos escogería la experiencia estética. Esta respuesta viene en parte influenciada por nuestro interés por el lenguaje. No queremos sólo llegar a la cosa en sí, queremos también poder hablar de ella. El ascetismo nos lleva a una experiencia que se fundamenta en el esfuerzo personal. La experiencia estética en cambio surge de un objeto concreto que puede ser experimentado por muchos, aun cuando quede la duda de si la experiencia estética puede ser compartida. La obra de arte es el origen de la intuición que llena nuestro concepto Wille.

Según yo aquí ya tenemos aquella experiencia que trasciende a la muerte, ya que cuerpo y conciencia no son necesarios para la vivencia que he llamado Contemplación. La muerte es un hecho histórico y la Contemplación hace que se pierdan las categorías tiempo y espacio, y en este sentido escapa a la muerte. Podríamos decir que el sujeto volente no se suprime en la Contemplación, lo que hace es fundirse con el Wille (cosa que ya se parece más al lenguaje hegeliano). El sujeto se funde con el Absoluto y escapa a la historia y a la muerte (cosa que ya no suena tanto como algo hegeliano).

Conclusiones:

1) El hombre es inmortal en tanto que sujeto volente.
2) Los artistas son los Dioses que nos salvan de la muerte y nos dan la vida eterna.
3) Mis reflexiones filosóficas se vuelven cada vez más libres, y ya no leo con tanto cuidado a los filósofos.


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(And Now for Something Completely Different: estoy escribiendo mucho sobre pájaros últimamente...)



¡Aves pensantes!

Hay aves que tienen en sus nidos,
piedras en lugar de huevos.
Las cuidan,
les dan su calor
y les entregan todo su tiempo.

Llega el día en que se supone nacerán.
Las aves ya tienen las entrañas llenas de comida,
listas están para alimentar a sus crías,
a sus pequeñas piedras.

Las aves esperan desde medio día,
aguardan con ansiedad
el más leve movimiento en el nido.
Al atardecer,
comienzan a lanzar miradas fugaces
a su compañero de nido.
El padre a la madre,
la madre al padre.

Ya oscureció.
Y en la rama sólo queda un nido
y en el nido sólo piedras
y sobre las piedras el alimento.

Hay aves que crían piedras
sólo para terminar
vomitando sobre ellas.

Todo el tiempo frente al nido,
las aves pensaron,
sólo hasta que vomitaron,
comenzaron a sentir.

Sólo así conocieron las piedras.

3 comentarios:

Lidia dijo...

Yedrita!!! jeje, creo que es el prmero de tus escritos filos´ficos que he leido. Y qué puedo decirte yo como germanista, muertóloga, necrofílica? La muerte es una cachetada para quien se sabe vivo. Tenemos un ventaja (?) nos sabemos mortales.
Ese poemita no me gustó tanto como los otros.

Abrazos

jf.yedraAaviña dijo...

Necrofílica!!! Guácala!!! no no Lidita… hubieras escogido otro de los de filosofía,, este está muy debrayado y poco serio… y pues sí,, el poemita se supone es una crítica a la filosofía,, tons fue pensado y no sentido… por eso no lo dejé en un post para él solito… (aunque la verdad me gustó más que el anterior.. jeje)

Abrazos!!

jf.yedraAaviña dijo...

oh.... no es posible que no mencionara la otra vía que propone Schopenhauer para la supresión del deseo... pero bueno,, nomás pa que no se quede sin ser mencionada... otra vía alternativa, la más efectiva sin duda, es el suicidio...