viernes, 9 de mayo de 2008

El espectáculo


Hubo una noche en que los zapatos de mi mujer aparecieron al pie de la puerta del baño. De no haber estado ellos ahí hubiera podido seguirme de largo hasta la recámara principal y, así, hubiera podido al menos dormir esa noche. En lugar de eso miré sus zapatos.
El derecho yacía de frente a mi, ligeramente desviado hacia la izquierda, como aquella pose que toman los cráneos de las mujeres cuando se las ha descubierto mirándonos de reojo. En cambio, el izquierdo yacía con la suela mirando hacia el techo blanco.
El guinda del zapato derecho resaltaba con el golpe de la luz azul que entraba por la ventana del baño sin que la puerta de éste, que en ese momento se encontraba enteramente abierta, le impidiera llegar hasta el pasillo. Miré guinda, azul, y el amarrillo de una suela, todo sobre el rojo de la alfombra. Miré lo que me parecieron ser sombras y en realidad eran huellas de humedad que salían del baño en dirección hacia mi; me esquivaban como si el cuerpo que las dejó hubiera perdido la fuerza en las piernas teniendo que buscar apoyo en la pared verde que tenía a mi izquierda. Nuevamente la mancha húmeda en la pared parecía una sombra: el olvido del caracol que ya no está sobre la hierba.

Ahora todo lo siento distante. Colores, luces, el sonido de los golpes en el interior de mi pecho, el roce de mis propios zapatos sobre la roja alfombra. Pero en ese momento, todo pareció tan real. El pasillo parecía haber cobrado vida, ser el cuerpo vivo de la reencarnación de algún pequeño animal nocturno que nace para ser enseguida devorado por su madre.

Volví sobre mis pasos y sobre las huellas húmedas. A cada paso, poco a poco, dejé de percibir la vida del pasillo. Mi cuerpo llegó a la sala, pero a mi mirada la retrasaba la oscuridad en ella. Tan lento como llegué ahí, mis ojos se acostumbraron a la poca luz, permitiéndome descubrir la huella, húmeda y aún tibia, del cuerpo de mi mujer en el sillón: ¡me derrumbé! Abracé el cojín que guardaba la huella de su cabeza; aun húmeda, aún tibia, hundí mi nariz en ella hasta que sentí que la humedad del cojín aumentaba. Quedé a oscuras, mirando al piso con el cojín entre las manos.

La imagen del cuerpo desnudo sobre el sillón me rondaba la cabeza. Habría salido del baño, desnuda, mojada, tiritando por el frío, tropezando una vez. Su piel habría pasado de un brillo azulado a la completa oscuridad de la sala, sólo para rozarse después contra la tela del sillón; y, ahí, secarse. Cada parte de su cuerpo debió estrecharse contra el sillón, como si éste fuera el amante que solía visitarla en las mañanas. Podría haber besado y abrazado el mismo cojín que ahora yo tenía entre las manos; incluso pasó por mi mente que pudo haberlo colocado entre sus piernas para recostarse de lado.

Me es difícil admitir que el imaginarla excitada, ya fuera ante un cojín o un amante, me excitaba más que el estar sobre ella.

En ese momento supe lo que había pasado. Tan simple como que se encontraba con su amante en la regadera, salieron aun mojados del baño entre caricias, besos, y un pequeño traspié. Se dejaron caer en el sillón y concluyeron la intención de la visita. Él se vistió, despidió y salió del departamento mientras ella aún descansaba en el sillón.
Cuando ya estuvo seca, se puso de pie, y escuchó en ruido que hice al subir los últimos escalones. Caminó de nuevo hacia el baño, pasó frente a la puerta abierta, abrió la puerta del balcón, salió, cerró tras de sí la puerta y se arrojó sobre el barandal hasta golpear el piso.

Todo era claro ahora: eso es lo que había pasado. Ahora yo podía dormir tranquilo. Caminé con la intención de cerrar la puerta del baño, recoger los zapatos de mi amada mujer y tirarme en mi cama para dormir abrazándolos, sintiendo el guinda terciopelo contra mi pecho.

Llegué hasta la puerta del baño, me agaché para recoger los pequeños bultos de terciopelo guinda y, al incorporarme, miré un par de sucias botas sobre el blanco tapete del baño, y, sobre ellas, una oscura silueta detrás de la cortina de plástico.
Entré en mi cuarto, me quité la ropa y me acosté en la cama.
Ella me abrazó, besó, y deseó buenas noches. Abracé los zapatos y miré toda la noche hacia el vacío, imaginando a mi mujer: tirada sin vida en la banqueta, excitada sola en el sillón, cumpliendo las promesas hechas a su amante, abrazándome por la espalda en la cama, arrastrando mis botas y mi abrigo hasta el baño, montando un espectáculo sólo para mí…

…usando sus zapatos.

3 comentarios:

Lidia dijo...

a mi no me enganas, habia otros posts que borraste... bueno, eso era todo....voy a leer este post... pero estoy segura!!!!!!!!!

jf.yedraAaviña dijo...

jeje... sip,, había otros,, pero estaban bien chafas,,, no digo que este no lo esté,,, pero los otros me cayeron mal...

Un abrazote Lidita!!

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