miércoles, 28 de julio de 2010

Amor viejo

Y ese miedo a un porvenir en que ya no nos sea dado ver y hablar a los seres queridos, cuyo trato constituye hoy nuestra más íntima alegría, aún se aumenta, en vez de disiparse, cuando pensamos que al dolor de tal privación vendrá a añadirse otra cosa que actualmente nos parece más terrible todavía: y es que no la sentiremos como tal dolor, que nos dejará indiferentes; porque entonces nuestro yo habrá cambiado y echaremos de menos en nuestro contorno no sólo el encanto de nuestros padres, de nuestra amada, de nuestros amigos, sino también el afecto que les teníamos; y ese afecto, que hoy en día constituye parte importantísima de nuestro corazón, se desarraigará tan perfectamente que podremos recrearnos con una vida que ahora sólo al imaginarla nos horroriza; será, pues, una verdadera muerte de nosotros mismos, muerte tras la que vendrá una resurrección, pero ya de un ser diferente y que no puede inspirar cariño a esas partes de mi antiguo yo condenadas a muerte. Y ellas –hasta las más ruines, como nuestro apego a las dimensiones y a la atmósfera de un habitación– son las que se asustan y respingan, con rebeldía que debe interpretarse como un modo secreto, parcial, tangible y seguro de la resistencia a la muerte, de la larga resistencia desesperada y cotidiana a la muerte fragmentaria y sucesiva, tal como se insinúa en todos los momentos de nuestra vida, arrancándonos jirones de nosotros mismos y haciendo que en la muerta carne se multipliquen las células nuevas. […] pero hasta que aquel cariño llegar al aniquilamiento no pasaría noche sin padecer; y sobre todo, aquella primera noche, cuando se vio en presencia de un porvenir donde ya no se le reservaba sitio, se rebeló, me torturó con sus gritos de lamentación cada vez que mis miradas, sin poder apartarse de lo que les causaba pena, intentaban posarse en el inaccesible techo.

-Marcel Proust, En busca del tiempo perdido (fragmento)-

martes, 4 de mayo de 2010

Al diablo sobre el cuerpo

Y así fue como llegó a su casa. Perdón. No sé si he bebido mucho esta tarde. Por lo general sólo toma un par de copas para que deje de distinguir entre lo que digo y lo que tan sólo pienso. No fue así como llegó a su casa. Es un tanto más complicado. A él lo conozco un poco más que a la mayoría de la gente. Bebí con él muchas veces, tal vez podría contarlas… pero no ahora. Sí, lo sé. Pues, resulta que ese día caminaba yo por el sur, cerca de su casa. No tenía intenciones de saber de él; hacía ya tiempo de aquella vez en que a ese loco se le ocurrió desperdiciar toda una botella de un barato Syrah tratando de golpearme con ella.

Hay veces que simplemente no lo entiendo. No es posible escucharlo más cuerdo que cuando ha bebido hasta perder la capacidad de hablar con claridad. En eso nos parecemos, o, mejor dicho, en eso somos tan distintos. Cuando bebo pierdo los sesos y hablo con inigualable soltura y fluidez, y cuando él bebe es cuando más sesos muestra bajo sus extraños balbuceos.

En fin, desperdició mi Syrah, y los dos, lejos de estar lo suficientemente ebrios, terminamos peleando como niños. Por eso no pensaba en buscarlo aún cuando forzosamente caminaría frente a la puerta de su casa. Pero... ahí estaba él. Una pierna dentro del edificio y media pierna fuera, frente a las antes blancas escaleras de escalones redondeados en los bordes, con la mirada hundida en sus botas. O tal vez un poco más al frente, en el delgado triángulo de luz que se dibujaba sobre la escalera por entre sus piernas tambaleantes.

Lo supe desde antes de ver su rostro. No hubiera sido necesario conocerlo tan bien como yo para saber que el parpadeo de luz en la escalera que conducía al pequeño cuarto en que vivía se debía a un tropiezo, como él solía decir: ‘¿Sabes? Ahora no puedo caminar bien. Es culpa de una botella con la que tropecé al venir aquí.’ Siempre la misma broma. Pero en su extraño balbuceo sonó siempre tan espontáneo, tan sincero, siempre acompañado de la expresión que solemos hacer al darnos cuenta de que hemos dicho algo tan… ¿Cómo decirlo? ¿Clever?, algo tan lleno de ingenio que hasta a nosotros nos sorprende y enorgullece. O tal vez mi humor es simple y desde la primera vez sonó tan gastada como siempre su alusión al tropiezo.

Lo siento, soy de lo peor cuando relato este tipo de cosas. Tampoco es que me hayan sucedido tantas. Como decía, lo vi parado frente a las escaleras de su casa y pensé que se habría resignado a no poder subir por ellas, pero no era así. Sin haber notado mi presencia, y ¿cómo podría haberla notado en ese estado?, balbuceó con la claridad que sólo en él he conocido: ‘Realmente la extraño.’ Sí, yo sé, jamás nadie le conoció mujer alguna. Ni yo, que lo conozco tan bien. Pero ahí estaba, extrañándome. No lo pude evitar, lo tomé del brazo y lo ayudé a subir las escaleras sin que él opusiera la más mínima resistencia. Y así fue como llegó a su casa.

Sé que hice mal. No debí enamorarme de él esa noche. No debí sentir el deseo intenso de desnudarlo en el piso frío frente a la foto de su madre. No debí tocarlo hasta conseguir el despertar de su cuerpo, ni tampoco abrazar sus caderas y sentir la dureza de su cuerpo con mis labios y mi lengua, ni sentir su promesa de vida recorrer mi garganta y resbalar por mi cuello. Lo amé y él amó mis caricias sin siquiera darse cuenta. Por momentos creía sentir en su cuerpo la conciencia de lo que pasaba, pero todo terminó sin que sus ojos lo confirmaran. Y terminó. Pero no podía terminar así. No para mí. Si alguien hubiera entrado esa noche en su casa habría visto a un hombre desnudo en el piso de su sala, y a una mujer desnuda caminado a su alrededor. No me desnudé para… usted sabe. Me desnudé porque no podía sentir mi cuerpo después de sentir el suyo. Temí perderme. Y desnuda caminé toda la noche por su casa, sintiendo mi cuerpo o, al menos, tratando de sentirlo. Pero se había ido. La dureza de mis pechos sólo me recordaba aquella que entre mis labios había sentido.

Al principio creí que eso era parte del amor: no sentir el cuerpo propio sino tan sólo una especie de fusión de cuerpos. Cosas en exceso rosas, yo lo sé. Pero pronto me convencí que no era así. Bastó con susurrarle al oído ‘te amo’ repetidas veces para que estuviera convencida que de eso no se trataba. Y aún no podía sentir mi cuerpo. Después pensé que lo que pasaba era que él me amaba y yo lo amaba, pero como él no pudo sentirme, y yo me había entregado él, tampoco entonces podía yo sentirme hasta que él lo hiciera.

Ahora salgo con él a beber cada vez que ambos podemos. Y siempre transcurre igual todo. No menciono nada sobre esa noche, espero a que él pierda la conciencia, lo desnudo, vierto una botella de Syrah sobre su cuerpo desnudo y bebo hasta la última gota. Sí, tan rojo su cuerpo. Pero sólo así puedo sentir mi cuerpo, sólo con el roce de mi piel contra la suya puedo sentir que mi piel es suave y la suya no, que su cuerpo es caliente y el mío no. Nos huelo… bajo el olor del vino nos huelo, me huelo.

No voy a decir que me robó el corazón. No diré que estoy loca por él. Tan sólo puedo decir que me robó el cuerpo… mi cuerpo. Y todas las noches con él una parte de su cuerpo se queda en mí y la siento recorrer mis entrañas y siento el vino mojar mi piel y lo he llegado a sentir a él dentro de mí. Pero siempre termina y sigue sin devolverme mi cuerpo.

No he perdido la esperanza de que un día despierte y me mire recorriendo su cuerpo con mi boca. Pero no ha pasado. Cuando pase sabré que me ha sido devuelto lo que perdí esa noche… y que ya no necesito al diablo sobre mi cuerpo para que sea mío, ni derramar más diablo sobre un cuerpo inconsciente.


Elías Ibarra

jueves, 8 de abril de 2010

sábado, 6 de marzo de 2010

zzz...zzz...zzz...

A veces en cansados sueños asoma el día que comienza.
A veces no se puede pensar en las mañanas,
Avanzamos con los sueños a cuestas… arrastrando.
¿Avanzamos?
Comenzamos el día en parte en sueños, en parte en vigilia.
Realmente nunca nos sacudimos los sueños.
Realmente no quisiera vivir un día sin rastros de sueños.

Y si el cielo se parte en dos por las mañanas,
Es porque en un ojo quedan sueños y en otro entra por entero la vigilia.

¿Cómo decirlo?
Salgo a la calle y camino,
Y sueño que con el caminar avanzo.
Me detengo, siento que me detengo, vivo mi detención,
Y sueño que he llegado.

Y, no lo sé.
Estoy y sueño que vivo.
Y escucho y sueño que me hablan,
Ante lo cual sueno, y sueño que respondo.

Hablar es la forma más clara del sueño.
Podemos indicar en todas direcciones, miles de cosas, situaciones, acciones…
Podemos reclamar esas mismas cosas, podemos incluso entregar buenos o malos deseos.

Pero pocas veces hablamos. Hablar es lo que hacemos en los sueños.
Soñar es hablar sin hacer nada más. Seguramente podemos hablar más durante el día, sin necesidad de cerrar los ojos, aplicándonos al uso del sonido.

O tal vez el sueño es el creer que hablar es soñar. Como sea, todo comienza y termina en el sueño.

Yo qué sé, hoy tengo mucho sueño y ganas de hablar.

martes, 16 de febrero de 2010

Was soll ich dir sagen?


Dich nicht sehen, habe ich mich entschlossen.
Ich gehe ohne Furcht, die du nicht schon verlassen hast.
Du musst gehen und nicht um mich zu sehen abbiegen.
Du musst wissen, das ich dich immer hinter dir folge.
Ich will dein gewinner Orpheus sein,
werde ich aber deine verlassene Eurydike sein?

domingo, 14 de febrero de 2010

Hurgando


Tiene tanto que no escribo. No por lo menos para mí. No he sentido la necesidad; he estado “ocupado” haciendo otras cosas. Tan ocupado que me di un tiempo para buscar un encendedor viejo entre mis cajas (de recuerdos). No encontré el dichosos encendedor, pero sí encontré cartas, fotos, talones de entradas al cine. Como ya dije, estaba ocupado, así que no tenía intención alguna de leer esas cartas, pero el ver los títulos de las películas sobre el gastado papel me hizo sentir curiosidad por esos días. Y leí las cartas. Realmente las leí por primera vez, cuando me las dieron y las leí, no me pasó por la cabeza ni una de las palabras que decían. Ahora entiendo mejor muchas cosas. Cuando esas cartas fueron escritas yo había leído unas dos o tres novelas, los autores de las cartas citan textos que a la fecha no he leído. Recordé mi mala ortografía y por qué empecé a escuchar cierta música que ahora me encanta.
Qué tan lejos estaba de entender a la gente en ese entonces. Pensándolo bien, si por ese tiempo no podía entenderles, ¿qué me asegura que ahora lo hago?
Si algo he aprendido de ese entonces a ahora, es a decirle a la gente con la que convivo que soy muy torpe para entender las indirectas y los juegos del tipo no… directo.
En fin, creo que me quedé sin cosas que escribir. Ya no siento que haya cosas que pasen por mi cabeza que tenga que poner por escrito para darme cuenta de ellas. Antes eso era de todos los días. Incluso con los sueños es distinto. Solía soñar y poner en papel los sueños; tenía un cuaderno y una pluma en mi cabecera para no perder detalle del sueño al despertar. Ahora sólo los recuerdo mientras avanzo con el transporte público medio somnoliento; y ahí quedan, en un pedazo del día convertido en extensión de la noche.
Ya no mantengo mi diario. No mantengo correspondencia con nadie; a no ser con profesores, e incluso con ellos es poca la correspondencia.
Me dedico a lo mío (lo nuestro ☺). Y a pensar en el futuro. Tal vez al ocupar la imaginación en el futuro se pierde la imaginación sobre el pasado y, más importante aún, sobre el presente. Será que uno se hace viejo, adulto, y el presente no tiene sentido más que a partir del porvenir que se acerca o aleja dependiendo del presente.
No me gusta pensar que así sea conmigo. Me gustaría retomar mi diario, mi escritura de sueños, mis cartas con amigos. Todo eso está en un presente que parece ya haber terminado. ¿Volverá? …Puedo intentarlo…

martes, 3 de noviembre de 2009

(...)


Extraño que me conozcan por un número.
Extraño es que me conozcan por las bebidas que pido. Extraño el salir por las mañanas y regresar por las noches sin haber escuchado una voz familiar. Extraño es más aun que en pleno otoño prefiera escuchar los sonidos del tiempo de verano. He podido, y lo he hecho con gusto, acostumbrarme al sabor del agua mineral. Al calor del Scotch cuando salgo de algún bar, de algún lugar que me haya llamado de regreso al hotel.
Extraño es lo que debería ser familiar. Hay algo en los lugares… ese algo que no he podido aprender a conocer. Tan sólo el río puede serme familiar… siendo ello lo que con más extrañeza debería aparecerme. Tal vez sean los vagabundos que rondan por los puentes, tal vez los patos, tal vez tan sólo el perder la conciencia del lugar al mirar el tranquilo movimiento del agua. Los lugares de los que vendrá el agua no me interesan, los botes que veo pasar… menos me interesan. Ellos son sombras extrañas en ese lugar tan propio.
Día a día veo cómo el dinero se va… poca importancia le doy a ese dinero. No me lo he ganado ni lo he perdido. No me canso del Jazz ni de Mozart en los cafés. No me canso del frío… aunque últimamente la lluvia espanta un poco mis paseos.
El mundo está de cabeza. La gente camina por los muros. No hay un punto fijo del cual enganchar la mirada. Vértigo es, pues, lo que mis paseos provocan. Los cigarros se terminan más rápido que el dinero. Y ellos sí me preocupan. El aire frío saliendo por mi boca no es el mejor compañero para el frío matutino, ni para el nocturno. Más dinero, más cigarros y menos Scotch… eso es lo que falta para que el vértigo termine.

domingo, 1 de noviembre de 2009

jueves, 29 de octubre de 2009

nop...


No lo he sentido. Mis pasos cansados pisando tal vez las mismas piedras, tal vez cruzando los mismos puentes que Goethe. No lo he sentido. La vida en Alemania como un sueño, largamente esperado, cumplido. No lo he sentido. Esas palabras que en los libros despiertan tantas ideas, tantos sentimientos y toda una vida distinta a la mía, deberían ahora zumbar en mis oídos con más vida que en los libros. No he encontrado la Alemania que esperaba. Todo es bello. En cada vuelta del camino se encuentran viejos edificios, iglesias, jardines, con toda la majestuosidad que se podría pedir. Pero ahí están. No me han hablado. Cada estatua que encuentro se niega a devolverme la sonrisa, o ni siquiera la mirada. Tal vez no estoy haciendo las preguntas adecuadas, y no me refiero a aquellas que hago para llegar a una calle o lugar. Esas, aunque mal planteadas, me han sido respondidas siempre con amabilidad y una sonrisa. Pero la ciudad no habla. La ciudad es fría y sin movimiento. Ahí está, y la gente la recorre de arriba a abajo, de un lado a otro como hormigas sobre una enorme piedra. Enormes rascacielos. Tantos y tantos. Tan altos. Todo es grande aquí. Menos mi baño.
Tal vez me equivoqué. Creí que estando aquí se me ocurriría qué preguntarle a la ciudad. Pero no he encontrado qué. La he recorrido, casi por completo, de arriba abajo, como hormiga roja en hormiguero negro.
Me quedo pues esperando encontrar la pregunta adecuada. Aquella que por un momento sentí tener en la punta de los labios caminando a la orilla del Main. El río, la única parte de la ciudad que realmente parece viva, paradójicamente el lugar más vacío de gente. Tal vez sólo me hace falta tomar más cerveza para sentir la vida de la ciudad en las venas, en las entrañas que deben ser la casa de la cerveza. Tal vez…

domingo, 25 de octubre de 2009

martes, 29 de septiembre de 2009

How if...

How can I let yourself forgive
the absences of my love words?
May I how your wet cracks
Into eyes form back?

I’ve offered you the words of a man
Who has always been silent
But also those deep silences
that in words can only do harm.

How could my mirror stand
Without me, lovingly,
Holding you from the back in it?
Those silences like absences
seen from outside.

No absence in my silence
Just a pause in the road
I only want to walk with you.

That silence i got you in
Meaning only a kind of
‘How if not’:

how if not I loving you were?
How if not your floating laugh
Would make myself crawl into joy?

How if eyes would grow back again
Into those holes?

viernes, 14 de agosto de 2009

few words of silence

let my voice be the whisper of the shadow in your dreams
the useless word may recite properly your name
i am finding my self in the corner of a silent letter of yours
i have seen many pieces of your broken look
from the holes of those letters in those letters of yours

i have seen the rain melting with the sea
and the sea melting with the cracks of broken eyes
just water in those cracks, nothing else in between
not even the figure of your voice

i have been living in the spaces left between your words
trying to heal the absences , those spoken words

sábado, 13 de junio de 2009

martes, 9 de junio de 2009

Ayer las ramas



A través de las ramas asoma en blanca lejanía
de la locura tímida mirada.
Desnudas las ramas ondean seductoras.
Mano a mano, rostro en marco.
En susurros despiertan viejos sueños,

truenos del susurro del canto del rocío
-siempre silvando su sombra en el silencio
sabe del cielo tan sólo por las ramas.
Tiemblan mis huesos y asoma el cielo
entre las ramas guiña el tiempo ennegrecido

tiempo negro en blanco cielo
gritos pausados con calladas lejanías.
Voces del olvido se desprenden con la voz
de la luz; en bajo amarillo
incendian el piso a mis espaldas.
Sin conmover las gotas del rocío.

martes, 26 de mayo de 2009

Presencias

Voces que a un tiempo se presentan al vacío
cuando los amantes sus carencias han cesado,
brilla el último gemido con la luz ventanal en el olvido...
en el olvido...
y en el olvido mismo desvanece.

Voces mismas que acompañan las sombras del descuido,
de caricias pasadas que en la piel aún asoman
y con la noche se pierden, con la noche se olvidan...
se olvidan...
y se olvidan también sus voces.

Soledad / Guy de Maupassant

Habíamos comido juntos varios amigos de buen humor, alegres y contentos. Uno de ellos, el más viejo de todos nosotros, me dijo:

-¿Quieres que subamos a pie la avenida de los Campos Eliseos?

Y salimos juntos siguiendo a paso lento el largo y ancho paseo bajo los árboles casi desprovistos de hojas. No se oía otro ruido sino ese rumor confuso y continuo que se escucha en. París a todas horas. Un vientecillo fresco nos azotaba el rostro, y allá arriba el cielo oscuro, negro, cubierto de estrellas, parecía sembrado de un polvo de oro. Mi compañero me dijo:

-No sé por qué respiro aquí de noche mejor que en ninguna otra parte. Me parece que mi pensamiento se ensancha. Hay momentos en que siento esa especie de luz en el entendimiento que hace creer, durante un segundo, que se va a descubrir el divino secreto de las cosas. Pero pasado ese instante la luz se extingue... la ventana se cierra y ¡se acabó!

De cuando en cuando veíamos deslizarse dos sombras a lo largo de los árboles, o pasábamos por delante de un banco donde estaban dos seres sentados uno junto a otro, y cuyas negras siluetas se confundían en una sola. Mi amigo murmuró:

-¡Pobre gente! No es repugnancia el sentimiento que me inspiran, sino el de una inmensa piedad. Entre todos los misterios de la vida humana hay uno que yo he penetrado: el grande, el cruel tormento de nuestra existencia, proviene de que estamos eternamente solos, y todos nuestros esfuerzos, todos nuestros actos no tienden sino a huir esa soledad en que vivimos. Esos enamorados al aire libre que acabamos de ver sentados en esos bancos tratan, como nosotros, como todas las criaturas, de hacer cesar ese aislamiento, aunque sólo sea durante un minuto: pero permanecen y permanecerán siempre solos, y nosotros también. Unos se aperciben más que otros de esa verdad; pero todos la comprenden. ¡Desde hace algún tiempo sufro yo el abominable suplicio de "haber comprendido", de haber descubierto la espantosa soledad en que vivo, y sé que nada, ¿entiendes?, nada puede hacerla cesar! ¡Sea lo que sea que intentemos o hagamos, cualesquiera que sean los impulsos de nuestro corazón, el grito de nuestros labios, el abrazo de nuestros cuerpos, estamos siempre, siempre solos! Yo te he arrastrado esta noche a este paseo para no volver tan temprano a mi casa, porque sufro horriblemente de la soledad que allí me rodea. Sí, te he arrastrado conmigo por eso; ¿y de qué me sirve? Yo te estoy hablando, tú me escuchas y estamos uno al lado del otro, pero solos. ¿Me entiendes? "Bienaventurados los pobre de espíritu", dice la Escritura. ¡Ellos tienen la ilusión de la felicidad; no sienten nuestra solitaria miseria, no. Vagan como yo, por la vida, sin otro contacto que el de los codos, sin otra alegría que la egoísta satisfacción de comprender, de ver, de adivinar y de experimentar sin tregua ni reposo esa eterna sensación de aislamiento!

"Me encuentras algo loco, ¿verdad? Escúchame. Desde que he sentido la soledad de mi ser, me parece que voy hundiéndome cada día más en un sombrío subterráneo cuya salida no veo, cuyo fin no conozco y que no tiene fondo quizá. Y allá voy, sin nadie a mi alrededor, sin ningún ser viviente que me acompañe en ese tenebroso viaje. Ese subterráneo es la vida. A veces oigo ruidos, voces, gritos... marcho a tientas hasta esos rumores confusos, pero jamás logro saber de dónde parten; no encuentro jamás a nadie, ni tropieza la mía con otra mano en esa oscuridad que me rodea. ¿Me comprendes? Hombres hay que han adivinado este atroz sufrimiento. Musset ha dicho:

¿Quién viene? ¿Quién me llama? Nadie...
Estoy solo; es el reloj que suena...
¡Oh, soledad! ¡Oh, miseria!

"Pero en él no era sino una duda pasajera lo que en mí es una definitiva certidumbre. Musset era poeta; poblaba la vida de fantasmas, de sueños, de ilusiones. No estaba, pues, verdaderamente solo. ¡Yo... sí lo estoy! Gustave Flaubert, uno de los hombres más desgraciados de este mundo, por lo mismo que era uno de los más lúcidos, escribía a una amiga suya esta frase desesperante: 'Todos vivimos en un desierto. Nadie comprende a nadie.'

"No, nadie comprende a nadie, piensen lo que piensen, digan lo que digan, intenten lo que intenten. La tierra ¿sabe lo que pasa en esas estrellas que miramos, arrojadas como granos de fuego a través del espacio, tan lejanas de nosotros que apenas percibimos la claridad de algunas, mientras las demás, las que no vemos, innumerables y perdidas allá en lo infinito están tan próximas unas de otras que forman tal vez un todo, como las moléculas de un cuerpo? Pues bien, el hombre no sabe lo que pasa en otro cualquiera de sus semejantes. Estamos más lejos unos de otros que esos astros, sobre todo más aislados, porque el pensamiento es insondable.

"¿Tienes tú idea de algo más horroroso que ese constante rozamiento con los seres en cuyo pensamiento no podemos penetrar, a quienes no comprendemos? Nos amamos los unos a los otros como si estuviéramos encadenados, cerca muy cerca, con los brazos tendidos unos hacia otros, sin conseguir alcanzarnos con la punta de los dedos. ¡Nos sentimos dominados por una torturante necesidad de unión; pero todos nuestros esfuerzos permanecen estériles, nuestros abandonos inútiles, nuestras confidencias infructuosas, nuestros abrazos impotentes, nuestras caricias vanas. Cuando querernos entremezclarnos, nuestros impulsos no logran sino apartarnos más y más a los unos y a los otros!

"Yo no me siento nunca más solo que cuando abro mi corazón a un amigo, porque entonces comprendo y aprecio mejor el infranqueable obstáculo. Ese hombre, ese amigo está ahí, enfrente de mí; ¡veo sus ojos claros fijos en los míos! pero su alma... ¡ah! su alma que se oculta tras de sus ojos... ¡no la conozco, no la veo! Mi amigo me escucha. ¿Que piensa? Sí; ¿en qué está pensando? ¿Tú no comprendes este tormento?... ¿Me odia quizá, o me desprecia, o se burla de mí? Mientras yo hablo él reflexiona en lo que le estoy diciendo y me juzga y me condena, estimándome tonto o vulgar. ¿Cómo saber lo que piensa? ¿Cómo saber si me aprecia, si me quiere como yo lo quiero... y lo que se agita en esa cabeza redonda? ¡Oh! ¡Qué misterio tan profundo es el pensamiento desconocido de un ser, el pensamiento oculto y libre, que no podemos conocer, que no podemos conducir, ni dominar, ni vender!

"Yo mismo he deseado ardientemente entregarme todo entero, abrir por completo las puertas de mi alma, y no lo he conseguido porque guardo allá en el fondo, muy en el fondo, ese lugar secreto del yo donde nadie penetra, que nadie puede descubrir porque nadie se me parece, porque nadie comprende a nadie. Tú mismo, di, ¿me comprendes en este momento? No; tú me crees loco, ¡me examinas con desconfianza y te pones en guardia contra mí! Y te preguntas: "¿Qué tendrá ese hombre esta noche?" Pero si tú llegaras un día a palpar, si adivinaras este horrible y sutil sufrimiento, ven y dime tan solo estas palabras: ¡Te he comprendido!, y me harás feliz, durante un segundo, quizá.

"Son las mujeres quienes me hacen percibir aún más mi soledad. ¡Ah! ¡Miseria, miseria! ¡Cuánto he sufrido por ellas, puesto que ellas me han dado más frecuentemente que los hombres la ilusión de no estar solo! Cuando se entra en el Amor parece que se ensancha el alma. Se siente uno invadido por una idea sobrenatural! ¿Y sabes por qué? ¿Sabes de dónde procede esa sensación de inmensa felicidad? Únicamente porque uno se imagina que no está solo. El aislamiento, el abandono del ser humano parece que cesa... ¡Qué horror! ¡Más atormentada aún que nosotros por esa eterna necesidad del amor que roe nuestro solitario corazón, la mujer es la gran mentira de la ilusión. Tú conoces muy bien esas deliciosas horas pasadas frente a ese ser de largos cabellos, de rasgos encantadores, y cuya mirada nos enloquece. ¡Qué delirio extravía nuestro espíritu! ¡Qué ilusión nos embarga los sentidos! ¡Parece que vamos a confundirnos con ellos, a no formar sino un todo, dentro de un instante! Pero ese instante no llega nunca, y después de semanas y meses de espera, de ilusiones y de alegrías engañosas, un día se encuentra uno bruscamente solo, más solo de lo que se había estado hasta entonces. Después de cada beso, después de cada abrazo, el aislamiento aumenta. ¡Y qué aflictivo es y qué espantoso!

"Otro poeta, Sully Prudhomme, ha escrito:

Y pasadas esas caricias, esos transportes... ¡adiós! se acabó.

"¡Apenas si se reconoce a esa mujer que ha sido todo para nosotros durante un momento de la vida y de la que, sin duda, jamás hemos conocido el pensamiento interno y banal! En esas mismas horas en que parece que, por virtud de un misterioso acuerdo de dos seres, un absoluto compenetramiento de deseos y de aspiraciones ha logrado descender hasta lo más profundo de su alma... una palabra, un gesto a veces nos revela nuestro error, mostrándonos como un relámpago en la noche el negro abismo que a ambos nos separa.

"Y sin embargo, no hay en el mundo nada mejor que pasar una noche al lado de una mujer querida, sin hablar, casi completamente dichoso por la sola sensación de su presencia. No pidamos más, porque jamás se mezclan enteramente dos seres. En cuanto a mí, ya tengo el alma cerrada. No digo a nadie lo que pienso, lo que creo, lo que amo. Sabiendo que estoy condenado a horrible soledad, miro las cosas sin jamás emitir mi parecer sobre ellas. ¡Qué me importan las opiniones, las querellas los placeres, las creencias! No pudiendo compartir nada con nadie, he llegado a desinteresarme de todo. Mi pensamiento invisible permanece inexplorado. Tengo frases frívolas para responder a los interrogatorios de cada día y una sonrisa que dice "sí" cuando no quiero tomarme la molestia de hablar. ¿Me comprendes?"

Habíamos subido la larga avenida hasta el arco del triunfo de la Estrella , y descendido luego hasta la plaza de Concordia, porque mi amigo había enunciado todo aquello lentamente, añadiendo aún otras muchas cosas de las que ya no me acuerdo.

Se detuvo y, bruscamente, levantando su brazo hacia el obelisco de granito que se alzaba en medio de la plaza, perdiéndose en la oscuridad de la noche su largo perfil egipcio, monumento desterrado que lleva en su flanco escrita con extraños y misteriosos signos la historia de su país, mi amigo exclamó:

-Ahí tienes; todos nosotros somos como esa piedra...

Y se alejó de mí sin pronunciar una palabra.

¿Estaba borracho? ¿Estaba loco? ¿O estaba tal vez demasiado cuerdo?... No lo sé...

A veces me parece que tiene razón. Otras pienso que había perdido el juicio.