jueves, 29 de octubre de 2009

nop...


No lo he sentido. Mis pasos cansados pisando tal vez las mismas piedras, tal vez cruzando los mismos puentes que Goethe. No lo he sentido. La vida en Alemania como un sueño, largamente esperado, cumplido. No lo he sentido. Esas palabras que en los libros despiertan tantas ideas, tantos sentimientos y toda una vida distinta a la mía, deberían ahora zumbar en mis oídos con más vida que en los libros. No he encontrado la Alemania que esperaba. Todo es bello. En cada vuelta del camino se encuentran viejos edificios, iglesias, jardines, con toda la majestuosidad que se podría pedir. Pero ahí están. No me han hablado. Cada estatua que encuentro se niega a devolverme la sonrisa, o ni siquiera la mirada. Tal vez no estoy haciendo las preguntas adecuadas, y no me refiero a aquellas que hago para llegar a una calle o lugar. Esas, aunque mal planteadas, me han sido respondidas siempre con amabilidad y una sonrisa. Pero la ciudad no habla. La ciudad es fría y sin movimiento. Ahí está, y la gente la recorre de arriba a abajo, de un lado a otro como hormigas sobre una enorme piedra. Enormes rascacielos. Tantos y tantos. Tan altos. Todo es grande aquí. Menos mi baño.
Tal vez me equivoqué. Creí que estando aquí se me ocurriría qué preguntarle a la ciudad. Pero no he encontrado qué. La he recorrido, casi por completo, de arriba abajo, como hormiga roja en hormiguero negro.
Me quedo pues esperando encontrar la pregunta adecuada. Aquella que por un momento sentí tener en la punta de los labios caminando a la orilla del Main. El río, la única parte de la ciudad que realmente parece viva, paradójicamente el lugar más vacío de gente. Tal vez sólo me hace falta tomar más cerveza para sentir la vida de la ciudad en las venas, en las entrañas que deben ser la casa de la cerveza. Tal vez…

domingo, 25 de octubre de 2009