domingo, 18 de enero de 2009

El saludo


Y así siguió la noche, en todo momento calma. En todo momento la oscuridad parpadeante en las calles. Una luna rodeada por esbozos de lluvia. En el piso palpitaban las luces vivas sobre las piedras, como si las piedras mismas miraran el cielo conmovidas.
Frente a mí sólo se diluía el humo con la visión borrosa que provocaba el frío en mis ojos. Sin duda la seguía esperando, aunque me dijera a mí mismo que sabía que ya no llegaría. Cada movimiento entre las sombras, cada pequeño sonido proveniente del frío viento, cada palpitar mismo de mi propio corazón, hacía brotar en mi mente la espera de su saludo.
-Llegará, ella lo dijo.
La tarde ya era noche desde hacía tiempo; la humedad en el aire ya era ligeras gotas de lluvia desde hacía tiempo; la espera de su llegada ya era sólo la espera del desencanto desde hacía tiempo. Y, sin embargo, en mis oídos seguía sintiendo nacer su tan peculiar saludo.
Se escribe en pasado cuando se han consumido las posibilidades del evento, cuando su vida misma se sabe terminada. Todo comienzo en pasado es un monumento a lo que nace muerto. Y, sin embargo, ahí estaba, esperando con ansia el nacimiento.
Esa noche podría haber imaginado miles d encuentros, miles de lugares que seguirían a un solo saludo.
Su voz ya la había olvidado, pero no sus palabras. Siempre se repetía en sus saludos y despedidas. Siempre en su mirada repetía lo que yo había aprendido a encontrar en sus gritos y susurros; sabía ya que no escucharía el repetir de éstos y, sin embargo…
-Legará, ella lo dijo.
A cada momento me inquietaban más las miles de miradas que a mis pies, de mí se burlaban; mismas que a mi llegada eran más bien cómplices de mi… llegada.
Una música lejana rompía por momentos la soledad fría de mi espera. Tal vez una fiesta. Gente riendo, tal vez seria, tal vez sólo conviviendo. Pero ahí estaban, siendo cómplices de las piedras burlonas sin saberlo.
-Llegará, ella lo dijo.
Intenté cubrir los signos del frío que escapaban de mi boca, ayudados por la respiración y los suspiros, con un cigarro. El humo es más visible, pero no necesariamente signo del frío.
-Llegará, ella lo dijo.
La noche tronaba, tanto en luces como en sonidos. Podría decirse que ella se desmoronaba a cada instante, como si la fuerza del segundero escondido bajo mi manga tuviera la fuerza suficiente para, con su temblar, hacer temblar al mundo entero.
Cuando ella se demora es cuando ella se desmorona…
Miré el cielo, miré el reloj.
Es más fácil soportar la desventura cuando el temblar del mundo se debe sólo a las lágrimas en nuestros ojos; pero cuando el mundo es el que está cubierto por lágrimas, y nuestros ojos están secos…
-Llegará, ella lo dijo.
Me di cuenta de lo rápido que pasaba el tiempo sólo hasta que el sonido de mi colilla apagándose entre la humedad del piso alcanzó mis oídos. Era como si en su desesperación, el calor de la colilla se aferrara al mundo rasguñando su superficie… sí, ese es el sonido: uñas aferrándose al piso, colillas apagándose en la humedad del piso.
Como sea, ese sonido fue el signo del rápido transcurrir del tiempo.
-Llegará, ella lo dijo.
¿Qué fue realmente lo que dijo? Tal vez fue un “te veo mañana donde siempre”, tal vez un “Llegaré a tal hora”. Sin duda dijo algo, y en lo que dijo quedó firmado el compromiso de vernos; quedó señalado el lugar y la hora del encuentro.
-Llegará, ella lo dijo.
Y así siguió la noche, en todo momento calma, hasta que desde la bolsa de mi pantalón surgió la vibración del celular. Debió ser el frío en mis piernas, tal vez la atención que le prestaba a los sonidos de la noche, pero no lo sentí, sólo lo escuché vibrar. Lo tomé con igual calma que aquella de la noche:
-(1 Mensaje recibido)
Lo abrí con calma:
-(Ya llegué. Dónde estás? Dijiste que vendrías!)
Y tan sólo la distancia me impidió de nuevo escuchar su saludo. Y las piedras mojadas de nuevo fueron en su mirar mis cómplices.

sábado, 17 de enero de 2009

Y lo intenté ahora con la voz, pero ésta exigía preguntas para ser; más caprichosa aún que la página en blanco. Exigía como motor otra voz que la mía.
Ya no exige mi voz el mar de silencio en el que podía perderse y andar, exige el suave palpitar de tu aroma. Y, así, en cada palabra encuentro el eco de las tuyas, en cada respiro tu aroma presente.
Visten mis ropas restos de las tuyas, tal como ahora en el mundo de mis ojos los contornos de lo que hay llevan la marca de lo que he aprendido a ver desde tu mundo.

jueves, 1 de enero de 2009

2009

Hoy escribiré tan sólo porque no lo he hecho, y porque no he sentido las ganas de hacerlo. El dolor es buen combustible para las palabras libres, para las frases sugerentes y a veces lindas. Pero hoy no siento el dolor, siento la sombra del recuerdo del dolo alguna vez presente. Y lo extraño. Lo extraño por las cosas que me hacía hacer, por el sentimiento de independencia con respecto al mundo que me despertaba, que me acompañaba a cada momento del día. Hoy hay alguien que lo hace, pero ya no es un ‘qué’ ni un ‘cómo’, sino un ‘quién’. No podría pedir algo más, pero siento que por ello me despido de algo grande, de algo que me hacía interesarme por la oscuridad de la noche. Ahora mis noches no las paso sentado entre mis libros, hojas y pluma. Tengo otra compañía. Sólo escribo por nostalgia, sólo por amor a la presencia de un estado de ánimo profundo. Mientras más profundo más oscuro. Mientras más profundo, más intenso. La luz jamás podrá ser tan intensa como las sombras. Pero hay que saltar de vez en cuando de una a otras, para no perder los contrastes de la vida en los que se encierra su sentido. sigo queriendo consumir la inmensidad de la vida en un momento, en un instante… pero hoy los instantes ya no son poemas ni canciones, los instantes tienen la forma de un diálogo inconcluso que no me permite ponerlo entre paréntesis para echar a andar mis antiguos sueños. Así es como saludo al nuevo año, recordando al pasado, pero teniendo la firme convicción de que hay que estar saltando constantemente.